No nos resistimos a compartir por aquí algunos de los fragmentos que componen "El sacrilegio de Alan Kent", un peculiarísimo libro de Erskine Caldwell en el que el autor presenta, de la manera más cruda, la esencia de su obra.
En el callejón trasero de nuestra casa vivía un viejo negro con sus dos esposas. Cuando mi padre me llevaba a pasear por el bosque, pasábamos junto a la cabaña y mi padre susurraba: “Sólo tienen pan de maíz con harina y agua para comer”. El viejo de pelo blanco sonreía y hacía reverencias entre la porquería roja cuando pasábamos y yo me volvía para mirarle por encima del hombro con curiosidad y lástima. Más adelante le robé a mi madre patatas y mostaza y vinagre para que comieran.
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Dos hombres estaban hablando en el puente sobre el arroyo. Uno de ellos dijo: Mañana voy a vender una bala de algodón para comprarle un triciclo a mi chico. El otro hombre dijo: Ojalá, por lo más santo, mi mujer y yo pudiéramos tener algún hijo.
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A altas horas de la noche sabía lo hermoso que el día nunca podría ser.
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Por la noche, después de que todo el mundo se hubiera ido a casa, el viento seco y polvoriento soplaba a través de las ardientes calles y me sofocaba y tenía que correr tan rápido como podía antes de volver a recobrar el aliento.
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Dos hombres estaban contando historias obscenas y sentí que Dios podría perdonar la impiedad, pero que esa vulgaridad iba con toda certeza a condenarlos.
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El día de mi cumpleaños, mi padre me regaló una enorme navaja de bolsillo flamante. Esa tarde me colé en el almacén y rajé doscientos o trescientos sacos de maíz rojo pelado.
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Cuando me rompí la pierna, la feria me dejó atrás y se fue a la siguiente ciudad.
martes, 22 de marzo de 2011
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